Para la mochila de los recuerdos!!!

Escribo después de un fin de semana que creo jamás saldrá de la mochila de mis recuerdos. Hay días del año que pasan completamente desadvertidos para uno, sábados y domingos que parecen “dejavú” de otros anteriores. Pues bien este ha sido tan diferente que no puedo dejar de contártelo, de compartirlo… sería el más egoísta del mundo.

El viernes saliendo cual Superman de la oficina, quitándome la corbata y volando a la estación de Atocha lo más rápido posible, bajé corriendo a la estatua del hombre de bronce con maletas, lugar de encuentro, para partir con la hermandad de hospitalarios lourdianos al Rocío.

Tenía el típico gusanillo por haber escuchado durante semanas a Alfonso y María contarnos como iban los avatares de la organización.

Una vez allí, nos recibieron en la estación no sólo decenas de sonrisas, muchas familiares, otras desconocidas, también miradas cómplices, otras nerviosas y rostros comprometidos, también asustados.

Después de un trato impecable por parte de todo el personal de Renfe, a todos ellos gracias, tras casi tres horas en tren y otra en autobús, nos plantamos en una aldea donde las calles son cúmulos de arena de playa, las casas blancas encaladas, caballos como medio de transporte más común como en el far west americano y un encanto especial, yo diría que único, que compartiré si Dios quiere más veces.

Como en toda actividad que se organiza desde la Hospitalidad de Lourdes de Madrid, siempre aprendo algo que me hace crecer y hago amigos nuevos en los que poder confiar. Muchos quieren conseguir dar la vuelta al calcetín de forma brusca y que llegue a miles de personas, estando ese privilegio reservado para los únicos, otros lo consiguen desde la humildad dando la vuelta al calcetín uno a uno, aunque a veces los coloque mal.

Pues eso es lo que hemos vivido este fin de semana ciento cuarenta personas, muchos desconocidos a la hora del primer silbato de salida, hoy casi miembros de una familia que tiene un fin, un noble fin que contagia como el virus más letal, pero con la mejor de la intenciones puesto que en vez de enfermar, cura.

Hemos tenido la suerte de contar con un grupazo, madres que lo han sido de todos nosotros aunque ya estamos algunos en edad de ser más padres, que hijos. Cocineros de postín que nos han tratado como en el mejor restaurante de la sierra madrileña que han hecho que ya no pueda volver a una actividad sin exigir comida de tres tenedores; si dicen que los buenos cocineros son aquellos que cocinan desde el corazón, este fin de semana son de otra galaxia por haberlo hecho con el alma.

No quiero extenderme mucho, escribía a mis amigos, a mí equipo de la hospitalidad, si, si, el azul (por eso llevabais todos pañuelos azules, jajajajajaja) mi mayor lección que comparto:

«Uno de los peregrinos nos dio un testimonio, está en una silla de ruedas con cuatro botones que hacen que puedan dirigirla como un Fernando Alonso. Su vida es brutal, peleas familiares, depresiones, enfermedades, su padre fue a la cárcel y muchas más historias que os podría contar que hacen pensar mucho sobre todo lo que tenemos.

Entre juerga y juerga, habló y nos contó que después de mucho rezar, su padre había vuelto a casa tras haberles abandonado y que quería hacer dos cosas, una dar las gracias a su hermano por haberle cuidado y apoyado, otra decir que le había perdonado.

Por no hacéroslos muy largo quiero contaros que de lo que nos dijo aprendí tres cosas que quizás nos puedan ser útiles, son muy sencillas:

La primera es que todo hay que hacerlo desde la humildad. Él cambió la percepción de 140 personas sin ni siquiera darse cuenta de todo el bien que estaba haciendo de forma muy sencilla, sin aspavientos e intentando no cambiarnos a nosotros, si no dar salida a un sentimiento de felicidad interior después de mucho sufrimiento.

La segunda, la gratitud; dio las gracias a su hermano que tanto le había apoyado durante sus peores momentos, sus dificultades, su soledad… su dolor.

Y la tercera el perdón de corazón a una de las personas que más quería y que con su por qué, que no juzgaba, había hecho que su vida fuera un infierno, su padre. Perdón sincero porque ya no le odia, ha entendido que sus reacciones provenían de su frustración, sus miedos, sus inseguridades… ya ha vuelto y ojalá sea para quedarse.

Después de esta lección recibida para mí de un verdadero Superman, a todos de distinta manera os doy las gracias, puesto que habéis sido mi familia, os pido perdón si en alguna ocasión me extralimité, critiqué o equivoqué y de corazón os pido que de la forma más humilde del mundo sonriáis a la vida, puesto que siendo difícil y sé que alguno lo está pasando mal, es un auténtico regalo.”

Pues eso, gracias, gracias, gracias a todos y todas, pero en especial a María, Borja y Fonsi.

En el mismo punto de encuentro, ahora lugar de despedidas, las sonrisas se acompañaban de alguna lágrima, pero lo importante, y algo que creo que jamás olvidaré, era que el denomidador común de todas las caras era de felicidad.

Escuchaba una canción de Luis Ramiro que se llama “Un amor sin estrenar” donde dice: “ quiero caminar sonriendo entre la gente”, ojalá sea contagioso y dure, porque desde que llegué ayer es lo único que hago.

https://www.youtube.com/watch?v=au6ooolTz5M

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