Cuento: Volver a brillar

Hace muchos, muchos siglos, de la mano de Dios nació una estrella mimada que era la que más luz irradiaba de todo el firmamento. En su sitio, brillaba y brillaba sin cesar de forma continua, segura y sin dudar cumplía tan bonita misión.

Todas las demás estrellas la admiraban con cierta envidilla y recelo.

-Como brilla.- Decía una.

-Que blanca es.- Criticaba otra.

-No entiendo porque tienes que llamar tanto la atención.- Le espetaban.

Entre ellas cuchicheaban a sus espaldas, la juzgaban y la empezaron a arrinconar.

Fueron pasando los años y cada crítica iba poco a poco haciendo mella en la voluntad y estima de aquella pequeña estrella, dudaba, y cuanto más dudaba, más se apagaba. Cada crítica, juicio, encasillamiento, un poco menos de luz. Su falta de confianza, le hacía perder su esplendor.

– ¿Para qué tanta luz?- Se preguntaba.

– Estoy cansada, ya no quiero seguir siendo así, no quiero brillar más.-Se decía.

El resto de estrellas estaban encantadas de esa situación. Ahora sí, empezaba a ser una más del grupo y a ser aceptada en la manada de la vulgar luz. Ni siquiera las estrellas fugaces le llamaban ya su atención para querer volver a recuperar lo apagado, eran fugaces. El resto de las estrellas inundaban el cielo de ruido y no le dejaban pensar con claridad, siempre que intentaba dar respuesta, encontrar, alguna le interrumpía y volvía a la rutina cobarde de la ignominia común.

Sin Luz, como una más, un buen día aburrida empezó a pensar mucho sobre su existencia, sobre ella y pensó, pensó, hasta que el ruido de todas las demás empezó a convertirse en silencio… llegó, por fin, el silencio.

Fueron pasando los años y el silencio se convirtió y dio un pequeño paso más, decidió abrir su corazón y empezar a escuchar a ir más allá (ultreia), ese fue el verdadero punto de inflexión, empezó a saber escuchar.

Llegó por fin el día que jamás olvidará, alguien dentro de ella, una voz que no esperaba, le preguntó:

-¿Estrella, me quieres?-

La estrella, asustada, empezó a mirar al resto para ver si se habían callado y escuchado la misma voz. Ninguna parecía haber escuchado nada. Todas seguían a su mismo rollo.

Se hizo más profundo el silencio, no sin miedo, se abandonó y otra vez escuchó:

-¿Estrella, me quieres?-

Ante la insistencia, ella asustada preguntó:

-¿Quién eres?-

No entendía como ante una voz desconocida podría sentirse tan bien, era una voz familiar, pero no tuvo respuesta.

Pasaba el tiempo, pero para ella el tiempo ya no era un problema, solo quería volver a escuchar esa voz. Sentía una ansiedad que no controlaba y…

Otra vez escuchó:

-¿Estrella, me quieres?-

Ya decidida, con prisa, dijo: – Sí, sí, sí.-

En ese momento sintió un abrazo enorme en su corazón y volvió a escuchar la Voz que estaba vez le preguntó:

-¿Por qué has dejado de brillar?-

La estrella contrariada, no sabía que responder, era la pregunta más dura que le podían haber hecho. Empezó a pensar y no quería dar respuesta, pero en su interior sabía que la verdad era que ella había dejado de sentirse útil, no entendía el por qué de su luz, la necesidad de brillar con tanta fuerza tantas noches obscuras, una tras otra ¿Para qué? Además todas las demás la miraban con recelo, le hacía no formar parte del grupo al que sin duda, por hastío de su soledad, quería pertenecer, así que, confiada respondió:

-No servía para nada, lo único que me provocaba eran problemas y líos que ya no quiero, estoy mucho más cómoda ahora sin llamar tanto la atención y el resto me acepta, ahora soy libre de esa atadura y no quiero esa luz nunca más.-

Llegó otra vez el frío silencio…. cada una de sus palabras se iban tornando puñales que sin sangre, hacía heridas profundas en ella.

Cuando menos se lo esperaba, la Voz volvió y escuchó:

-¿Me acompañas?-

En ese momento sin pensarlo la respuesta era otra vez sí y empezó el viaje.

De repente bajaron a un lugar llamado tierra. La estrella esta apasionada con todo lo que veía: bosques, pueblos, montañas, nieve, animales, árboles y se pararon ante un océano inmenso, millones de litros de agua azul, parecía el cielo infinito y de repente, se empezó a perder la luz en el horizonte de una estrella infinitamente más grande que dejaba de iluminar y en ese mismo momento llegaba la noche, la obscuridad, donde ambos azules se fusionaban y confundían sin límite separador. El mundo se paró, el terror de la noche empezaba a calar, la humedad, el negro profundo, el resquebrar de lo desconocido, el ruido ensordecedor del mar y se empezaron a escuchar a muchos gritar, desesperados con miedo, angustia, soledad. Ella No entendía nada y preguntó:

– ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? –

La Voz le dijo:

-Sencillo, dejaste de brillar.-

Contrariada no podía reprimir sus lágrimas y quería dar solución a esa desesperación, y volvió a preguntar:

-¿Pero qué pasa? ¿Qué puedo yo hacer?-

La Voz le contestó pausada:

-Aunque no te pareciera importante todas las noches que brillabas con tu luz guiabas a cientos de marineros que perdidos en esta inmensidad se fijaban en ti para encontrar el camino de vuelta a casa y poder, con el deber cumplido, abrazar a sus familias. Hoy sin ti, están solos en esta inmensidad hasta que llegue la mañana-

Escuchando estas palabras, poco a poco, empezaba a recobrar su esplendor, asombrada de que algo que ella dejó de darle valor, era tan importante para tantos ante la noche. Recuperaba su Luz, sí, recuperaba su misión y ya solo deseaba volver a brillar más y con más fuerza que nunca, para que tantos no se perdieran, sin importar el ruido y el juicio de las demás.

Hoy todos la reconocemos y es una compañera todas las noches, en las que brilla con fuerza aunque a veces las luces de la ciudad no dejen verla en todo su esplendor.

Y colorín colorado….

Joaquín Vázquez

Moraleja: Todos somos esa estrella, si no tenemos miedo y confiamos, podemos volver a dar luz y aunque no te parezca importante, nuestra misión humilde, puede guiar a muchos. No te preguntes que puede hacer Dios por ti, si no lo que puedes hacer por Dios: BRILLAR. AMGD.

Hace poco leí:

«El amor no es: Te daré algo si tu haces esto por mí. El AMOR es: yo te lo doy, para que puedas brillar.» (Yung Pueblo)

A mis enanos: Ya sabéis donde tenéis que ir cuando empecéis a perder luz. Siempre está, siempre os espera.

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