Hace unos años conocí un tipo, una persona que iba vestido con un chándal de la selección española, donado. Sonreía, siempre que podía sonreía. Tuve la suerte que cruzo su camino con una tipa, hermana de otra, ambas con el denominador común que las quería y quiero. Ella supo enseguida entenderle y le introdujo en mi mundo sin querer; que si un hola por aquí, un adiós, un simple ¿Qué tal?, un primer choque de manos con mucha inseguridad, bueno sí, miedo, “acojonao” estaba “acojonao”. Todo por desconocimiento: Jesús, tiene sida por la mierda del caballo.
Su sonrisa en varios ascensores, ver a María quererle, me acercó, poco a poco, y él, empezó a romper fronteras en mis muros “intercerebrales” llenos de juicio.
Después de ya parte del viaje recorrido, creo que he hecho el trabajo necesario y gracias a un equipazo de amigos, entiendo mucho de vidas ni mejores, ni peores, sencillamente diferentes, ese yo va evolucionando. Sé que entre mentiras, hay verdades que nos tienen que hacer reflexionar sobre el tipo de sociedad que estamos tejiendo y a quien estamos dejando atrás y por qué.
Creo que no lo estamos haciendo bien cuando, como sociedad en conjunto, dejamos a su suerte a alguien que se cae y se ve abocado la soledad enganchada para la evasión, para poder cargar con la mochila de su vida. Círculo virtuoso de autodestrucción. Quizá sea como en tantas películas, que fuera del «mundo perfecto» entre comillas, tiene que surgir uno, el de la dura vida real y de verdad que no está tan lejos de ti.
Pues sí, se apaga, Jesús se muere, una persona que no podía pasar de puntillas por una vida sin la mierda de la droga, seguro que por no haber encontrado un sitio en esta sociedad llena de empujones, por no haber podido dar salida a su gran pasión, el golf, por no haberle acompañado su circunstancia, por miedo. No sé, es que no tengo ni idea, lo que sí sé es que mis ojos no miran igual que hace diez años, tras conocerle.
Se hará difícil olvidar una mirada que quería vivir, sin que le correspondiera un cuerpo en sus huesos, postrado en una habitación en el Ramón y Cajal, aislado en un ala denominada “infecciosos”, por no haber podido con su cruz, muy difícil.
Pero prometo tenerla presente en la continuación de este camino, puesto que sé que me acabará guiando para algo bueno. De corazón sé que Jesús, por muchos tiros que finalmente dieran sentido a su vida, es un alma grande, jamás hizo daño a nadie, más que a sí mismo. Se va a ir sin más más riqueza que su sonrisa… ¿Acaso te puedes llevar algo más? Al igual que la lección que me dio un imberbe amigo no hace mucho, es para mí un héroe, puesto que tenía la capacidad de querer más, que ser querido y enseñar a muchos a superar sus miedos, entre otros a mí. Pronto se encontrará con su Tocayo, en un abrazo de consuelo.
En esta peregrinación hablaba con un “exenganchado”, me dolió la misma vida cuando me dijo: “No, después de revelarme contra todo, hasta conmigo mismo, fue un solo mal día. La mujer que me quería cepillar se estaba pinchando caballo, yo ya había probado otras drogas, me ofreció y dije que sí, hoy me muero un poco cada día”.
Pues eso, uno solo, un mal día. Por ello escribo hoy, por seguir teniendo en mis pupilas la debilidad antes de la muerte, por ese mal día, por la mierda de la droga.
El mayor de los éxitos eres tú, y no estás solo… nunca estás solo. Entiendo que todo logro que obtengas dopado, lo único que va a provocar es el hastío de ti mismo, la mentira tiene las patas muy cortas, y siempre te hace tropezar.
No tengas miedo en pedir ayuda para evitar esa crónica de una muerte anunciada; que ese mal día, no te joda el resto de tu vida.